El pizarrón
Por: Fabiola Alves
Dirá
usted que es una tontería, pero le digo, yo borro la pizarra de mi salón luego
de dar clases. El otro día vi lanzando a alguien una lata desde su carro a la
calle. Vi eso, pensé en las pizarras de la universidad y me dije que dejar la
pizarra con fórmulas matemáticas o con letras indescifrables de no sé qué
unidad curricular, es igual a botar una lata a la calle. Es la misma actitud.
Les confieso que a veces ando distraída, pero me acuerdo de borrar la pizarra
del salón. El Director nos ha solicitado amablemente que lo hagamos, es una
petición, no amenaza y no sugieren castigo
Para
mi borrar la pizarra es un acto de cortesía para con el profesor que vendrá.
Porque la cortesía no sólo debe existir ante una persona, sino que también es
deseable en ausencia. Yo no sé quién es el profesor que me precede en un salón,
tampoco sé quién es el profesor que viene, sólo sé que debo borrar mi pizarra.
Porque yo hago lo que me gusta que me hagan. Es lo justo, diría Sócrates.
Yo,
lamentablemente, he encontrado muchas veces mi pizarra rayada. Antes de empezar
la clase, con mucho enojo, la borro. La borró pensando, ¿quién ha cometido tal
irrespeto? ¿Alguien que se para frente a unos estudiantes y se hace llamar profesor?
¿No debería dar el ejemplo?
¿Sabe
qué hago cuando se termina la clase? Borro lo que yo escribí, y lo hago con
suprema alegría, porque sé que he dejado abiertas las puertas de otro
conocimiento a otro profesor y a otros estudiantes. Porque lo que en mi clase
es leído como conocimiento, para la clase que viene son simples manchas en una
pizarra.
Ese
es mi acto de cortesía en ausencia. De ciudadanía en contra del caos moral que
se traga al país. ¿Es una tontería? No lo es. A mí nadie me obliga a borrar la
pizarra ni nadie me va a castigar porque la deje sin borrar. Pero el castigo no
debería ser lo que nos motiva como ciudadanos. Para mí son pequeños detalles
que nos hacen grandes.
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