Opinión: El fin y el instrumento
Uno
de los errores éticos más grave que una persona puede cometer es el de
confundir el fin con los instrumentos. El fin debería estar relacionado con los
ideales, con los principios. Los instrumentos, por otro lado, son medios a
través de los cuales se procura ese fin, pero nunca son el fin en sí mismo.
Lamentablemente,
en la política, pareciera ser casi un lugar común esto de confundir el fin con
los objetivos. Pondremos un ejemplo, para explicar. Una persona quiere obtener
un cargo político. Esto es una aspiración legítima que cualquiera que reúna las
condiciones podría tener. Pero la pregunta de fondo es la siguiente: ese cargo
político ¿es un fin o es un instrumento?
Una respuesta existencial
La
respuesta a esta pregunta define de modo existencial las razones por las cuales
una persona se anima a participar en la política. Lo correcto, éticamente,
sería responder que el cargo político es un instrumento para alcanzar ideales
superiores, tales como el servicio a la comunidad, mejorar las condiciones de
vida de las personas, ampliar un cuerpo legislativo que garantice derechos
fundamentales, o cosas similares. Sin embargo, muy a nuestro pesar, muchísimas
de las personas que deciden activar en el mundo político lo hacen con el “fin”
de obtener algún cargo público, sea este de elección popular o no.
Tener
claro cuál es el fin y asociar este objetivo a ideales y principios es
fundamental para el ejercicio de la ética. Un cargo no puede ser un fin en sí
mismo. Hacer eso es cosificar los ideales y, por tanto, rebajar éticamente los
instrumentos que pudieran utilizarse para alcanzar ese fin. Por eso vemos cómo,
desgraciadamente, es cada vez más frecuente que personas que se meten en
política busquen su promoción personal y no la de un proyecto de país o un
propuesta colectiva. El político se convierte en una “marca”, cuyo objetivo es
ganar una elección. Se vende a sí mismo, y se dejan de lado las propuestas por
las cuales se quiere trabajar.
El ejemplo de Chávez
Hasta
los más encarnizados enemigos de Chávez tendrán que reconocer que, si algo él
le enseñó a la cultura política de este país, fue a trabajar por los ideales y
no por una persona.
En
la primera campaña de Chávez hacia la Presidencia de la República, su
planteamiento fue la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente. No se
promovió a sí mismo como individuo, sino que hizo una propuesta al país, y la
cumplió. Una vez que se aprobó la nueva Constitución, en su segunda elección
presidencial, su propuesta fue la Refundación de la Patria. En la tercera
elección presidencial su propuesta fue la Construcción del Socialismo y en su
cuarta elección presidencial su propuesta fue el Plan de la Patria. En otras
palabras, pudiera alguien estar o no de acuerdo con las propuestas de Chávez,
pero lo que no se podrá decir jamás es que él no tuviera un planteamiento serio
que presentar al país. Su convocatoria a participar en un proceso de elección
era la de apoyar un plan que él le presentaba al país y no a “apoyarlo a él”
como individualidad. Visto de otro modo, por ejemplo, en la primera campaña
presidencial, el fin era la convocatoria a una Constituyente, mientras que
lograr que Chávez fuera Presidente era sólo el instrumento para alcanzar ese
objetivo.
El pueblo lo sabe
Quizás
haya gente que subestime la importancia de tener clara la diferencia entre el
fin y los instrumentos. Sin embargo, desde el punto de vista ético es
sustancial. Lo bonito de esto es que, al menos en Venezuela, el pueblo está
claro, en general, sobre quién busca una cosa y quién la otra. Es por eso que,
mayoritariamente los venezolanos y venezolanas han venido eligiendo personas
que presentan propuestas concretas, fundamentadas en sus principios e ideales,
y no a aspirantes a líderes que solo buscan su promoción personal como si
fueran los protagonistas de una telenovela.
Y
creo que en esto no hay vuelta atrás, porque nuestro pueblo ya aprendió a
reconocer la diferencia entre estos dos tipos de personas.
@marypilih
mphopinion@yahoo.com
Fuente: notiminuto.com
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